Un shot de tequila con Nina Busta

Esta entrevista se realizó hace tres meses. Nina promocionaba su música. Adrián viajaba en un bus y el internet le fallaba a todo el mundo.

ahora

Sé que el día que conocí a Nina, volví a casa escuchando a Lizzo. Escribí una página de la entrevista en el bus y, al conectarme a internet, lo perdí todo.

Ahora suena dramático. Quizá lo fue. Pero pasó más de un mes e intento recuperar esas palabras que escribí con el shot de tequila encima, la sonrisa arrugada de Nina y el apuro por perderse en calles tan pequeñitas.

En personitas.

En palabritas.

Gracias a lo que sea, la grabadora no omite irresponsables. Y ahí está mi primera guía. Ahora. Ya fue. Estoy escribiendo esta misma historia en la misma calle donde escuchaba a Lizzo. Subido en un bus Qatar, de regreso a casa. A eso de las 17:30.

ese día

No estoy seguro si llueve. El suelo seco en Quito es olvidable. El mojado también. Apurarse te anima a olvidar los baches que saltas y la mierda que pisas. La llamo para decirle que me demoraré cinco minutos en llegar.

Serán 15.

La llamada se cuelga accidentalmente y no entiendo nada. Camino siguiendo el mapa que me envió por WhatsApp.

Camino. Me pierdo. No parezco de acá.

Entro a uno de esos grandes edificios que dan a la vista alta de La Pradera. El guardia no sabe que estoy de apuro. Empieza la preguntadera.

A dónde voy. Quien soy. Para qué soy. No es aquí. Es allá. Usted otra vez.

Yo otra vez. Ya sé. Es aquí. Llámela.

Aquí le espera Adrián… (?)

Gusqui.

Guaoski. Ok. Suba. Pase. No se equivoque.

Subo. Me equivoco. ¿606? ¿603? ¿609? Timbro. No es. Me escondo.

Encuentro.

Me abre la puerta. Ella tiene una sonrisa clara y muy expresiva. Como de TV. Me siento cómodo. No nos conocemos de nada. Apenas sabe mi nombre y yo el suyo.

Al final hasta hablaremos de amor. Total, y vivimos en los mismos veintes. Para qué le voy a preguntar lo que no nos duele.

y entonces

Se llama Doménica. Está acá de paso, ordenando su carrera musical. Acabando la tesis. Respondiendo preguntas.

Me ofrece agua. Me ofrece tequila.

Yo dudo poco. Puedo regresar trastocado.

Acepto el tequila.

Me ofrece un shot. Ella se sirve en una copa de vino. Damos un copazo bien tembleque. Las manos no mienten. Puro nervio. Saco mi libreta y ella toma posición para responder a mis cuatro páginas de investigación que hice en la mañana.

Como bien sabe quién bien lee, tenemos la misma ruta de los veintes en esta conversación. 25 para ella y 26 el próximo 26 de abril. Es una sopa esta oración. Una trabalenguada.

Nina se queda en este Airbnb hace poco. Me dice que se quedará dos semanas, las cuales aprovecha para hacer de todo. Universidad, entrevistas, amigarse con quien desconoce. Estar en movimiento.

Entramos en su niñez y cómo vivió en Machala. Me cuenta que estuvo allá hasta los 17 y todo lo que hay detrás es una carrera musical, emprendida desde los ocho años y que la llevó al campo orense, ferias, municipios y hasta a cantar con Tiko Tiko.

“Cuando él (Tiko Tiko) se presentaba en El Oro, le acompañaba a cantar. También yo participaba en concursos de pasillo y los ganaba. Era el arroz con pollo, estaba metida en todo. A los 15 tuve mi primer trabajo, que fue cantar cumbias y pasillos. Lo llevaba a diferentes zonas rurales de Machala y la provincia. Eran fiestas muy populares, la gente era bellísima. Sentir toda esa energía tan alta significa todo. Yo tenía 15 años y a veces faltaba a clases porque debía cantar al siguiente día”

Su background de gustos se conformó por lo que se escuchaba en casa. De niña, ella cuenta, su papá le hacía escuchar una diversidad densa de sabor-latino-musical: Los Kjarkas, Mercedes Sosa, Rocío Dúrcal, Joaquín Sabina. “Escuchaba demasiada cumbia en las fiestas familiares”, dice. Que “los domingos se solía despertar escuchando Bolón de Verde de Héctor Napolitano”.

Tiene drama y baile.

Llorar gozando.

Doménica toma el tequila con sobriedad. Se sienta en su sillón y recoge sus rodillas para sentirse cómoda. La sonrisa que expresa a veces me hace dudar. -Qué hay más allá de sus respuestas-, pienso.

Su disciplina es clara. No hay caminos indirectos o mentiras. El arte y los horarios están en ella desde los cuatro años y se siente en la intensidad de esta entrevista, en la que muchas de sus respuestas expresan la energía de alguien que:

Aún sueña.

“Todo el tiempo del día dedico a mi proyecto. También estoy haciendo mi tesis, locuto comerciales…pero todo el día está en mi mente, imaginando qué es lo que quiero hacer. Estoy en una época súper creativa”, dice. Atrás suyo está una laptop abierta con un documento de Word extenso y sin imágenes. Imagino que es su tesis. Lo confirma.

– ¿Hay algo en específico por lo cual te dediques tanto a la música?

– Es un sentir. Como un sueño que se hace realidad.

La energía de ese sueño también lo complementó un tiempo con el de la actuación. Estuvo involucrada en una serie de TC y hasta en una edición de Ecuador Tiene Talento.

En ese momento no quiere hablar mucho del tema, aunque sí me confiesa que no desearía volver en un buen tiempo. Prefiere esta nueva faceta de su vida. El porqué es determinante y expresa que su desacuerdo con algunos guiones o tramas la alejaron, momentáneamente, del rubro. Sin embargo, este enfoque le funcionó para dejar todo en sus nuevas canciones, a tal nivel que las madrugadas se convierten en tardes para ella, “cuando algo te gusta sólo fluye. Lo disfruto. Aunque estos días he dormido a las 2 o 4 de la mañana. He dormido full mal. Porque aún no termino las cosas que tengo que hacer. Pero no lo hago enojada. Lo hago con amor”, me cuenta.

-Seguramente también tienes momentos de bajón-, le digo. “De ley, momentos heavies. Yo puedo estar súper arriba con mi energía y cuando me pongo triste estoy súper triste. Muy sensitiva. Pero eso me inspira a escribir mucho. Cuando tengo esos momentos depres, sí. Me voy a la mierda”, dice. Escribir. Lleva un cuaderno, las notas de su celular o la laptop a donde vaya. 2020 fue el año que eso que escribió por tanto tiempo por fin tuvo valor de salir a los demás, “quizá era miedo, pero en cuarentena tuve tanto tiempo para pensar y analizar, que me dije: ‘despierta y atrévete’”.

Junto al despertar creativo también acudió a su composición esta herencia sonora que tuvo en su infancia, anotando el folklore como una de las primeras banderas en su estilo sonoro. A este sentir sonoro le añadió la cumbia que, en combinación con el folklore, decidió llamarle folkumbia.

Ella me dice que esto salió “de las fiestas en Machala. De la energía y la gente bailando…sacando los pasos prohibidos”. Le digo que en su canción ‘Hermanos’ este mood es más triste. Ella confía en que, primero, esta canción “es un manifiesto de amor” y segundo “la cumbia puede ser triste o feliz”, un dato que expresa mucha claridad en la resiliencia de ‘Promesas de Borrador’, una canción que se deja llevar por lo que pudo ser y, posiblemente, nunca será.

“Nació en diciembre del año pasado (2020). La escribí pensando en las relaciones que había tenido y cómo ya no hablo con esas personas. Pero en realidad ya no me duele lo que me hicieron, sino que me pongo a pensar en lo positivo, en lo que aprendí, experimenté y me llevé de aprendizaje. Me inspiré en eso. En agradecer en lo pasado. No sé cuántas relaciones has tenido tú…pero cuando estás en una siempre haces full planes con esa persona. Viajar, vernos…pero a la final pasa algo en la vida y no sucede. Y si no pasa, déjalo que fluya. Por algo tuvo que pasar”, dice. Acá es donde su voz arruga un poco y el golpe de su música refleja el dolor/alegría que tanto pregona.

-¿Recuerdas algunas promesas que no pudiste cumplir con alguna persona?-, pregunto. “Vesijue”, me responde. Ríe con la mirada gacha y dice “sí”, “que nos íbamos a vivir en otro país, de ahí salió ‘Promesas de Borrador’”.

Aunque esta entrevista fue realizada a finales del 2021 y apenas es publicada en estas fechas, Nina confirmó en su momento que tenía siete maquetas de canciones para próximos estrenos. Además, que el próximo sencillo tomará de nombre ‘No es tu culpa mi niña’.

Según recuerdo, la entrevista acabó, pasamos a las fotos y chismeamos cinco a diez minutos sobre Periodismo, porque ella estudiaba lo mismo. Concluimos en que es complejo todo esto. Qué así toca. Qué que lindo Airbnb. Que qué buen tequila.

No me trastoqué. Mejor.

Nina Busta. Foto: Adrián Gusqui.

Nina se desestresa. Se estira. Esto pasó hace tres meses y medio. Alguna cosa se me fue. Pero las últimas palabras de Doménica en la entrevista son:

“Tuve muchas cosas que pasar para confiar plenamente en mí. Tampoco creas porque te hablo con seguridad ahora, siempre fue así. Es un trabajo muy denso el de creer en ti o aceptarte, de no autocriticarte. Yo era más dura de lo que soy ahora, pero está bien, porque la vida es una, yo me puedo estar preocupando ahorita por cosas que no sé si van a pasar mañana o…¿quién chucha sabe si mañana me muero y no hice lo que quise hacer? ¿Te imaginas? Horrible, por eso trato de ser súper sincera con lo que siento”.

Cierro la puerta. Cerramos. Me acompaña al ascensor. Me dice que asome en Guayaquil en algún momento de la vida. Le digo que de una, el cierre de la puerta automática es el contador en contra.

Chao señor guardia. Chao.  

Volví a casa escuchando a Lizzo. Escribí una página de la entrevista en el bus y, al conectarme a internet, lo perdí todo.

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