mamá, me caí en el pogo

Viacrusis de un pogo en Sal y Mileto en el Polifest y 10 llamadas perdidas de una mamá. 

Lodo y olor a mierda, que rico. Después del paro mi cabeza quería mutilarse. No pidió más que unirse a las sardinas, porque soy sardina

Todo parecía un encuentro teatral sobre un viernes a las 18:30 en una parada de Ecovía. La diferencia: Sal y Mileto era el chofer. La gente estuvo loca. El día estuvo loco. Todos necesitábamos decirle a unos cuantos que valen verga

Mi plan: aguantar cuanto fuera en el remolino. El obstáculo: ninguno. Mamá, me caí en el pogo, en Aguanta. De ese mismo que durante el paro me inspiró a correr tras la bomba, del encapuchado y los golpes involuntarios de gente que se ahog(aba)ó. Ademas, rompí el jean

Mamá, me caí pero me levantaron. Esos mismos que me botaron. Me dijeron que “me levante bro”, y acto seguido me reincorporaron con el “¿estás bien?” Estaba bien, me gusta ser sardina. Volví al remolino. 

La fuerza en mis pies seguía por lealtad. ¿A qué? No sé. Quería gritar. Decirle a alguien, sin que me escuche, que es un hijueputa

Tal vez si sabía. Todos sabemos. Al lisiado, al Febres, al Mahuad. Al que por salir en la televisión no paga peaje. Al abusivo que hizo de unos cuantos miles un porcentaje periférico. 

A esos hijueputas

El pogo es un instante pasivo-revelador y ulterior. Mientras todo pasa una gigante espera de pensamientos se agolpa en la cabeza de quienes lo han reprimido todo. Hay tanto por decir y sólo queda ajustarse a las explosiones de la batería: el timón del salto. 

Aquel respeto tácito de caerse y no golpearse con odio o amor, recae en el querer la caída más que correr. Porque así es la ansia. Así es levantarse temprano y que el tráfico te lleve a Quito desde los valles en dos horas, en buses fríos, como sardinas. Sin chofer que evoca, sólo te cobra

Asimismoes, dijeron una vez los cuencanos que no volverán. 

Me caí en el pogo, mamá. Pero ya me levanté. En la casa hablamos, el rojo de los ojos ha sido por un buen samaritano.