Hablando de promesas…encontramos a La Coral

La Coral

Spotify todavía no la secuestra, contrario a eso, acepta un café. Tiembla cuando agarra el vaso de plástico, tomando un sorbo dos veces cada quince segundos. Tiene rutina y tanto en sus palabras, que ha preferido estrenarse en YouTube, con grabaciones caseras de ella cantándole a la cámara, acompañada de una guitarra y un fondo, soltando una voz inhóspita, increíble, para echarle el ojo y la oreja.

Se llama Johanna –o Carla- pero usa un pseudónimo marítimo: La Coral. –En un inicio (La Coral) iba a ser una cuenta basura de Instagram- dice, contando los inicios remotos del proyecto. Continua en que luego le vio la razón y se justificó en el coral del mar y como su música puede llegar a ser un hábitat musical, aunque por el momento todo esté en acústico.

Su música está encerrada, casi que como culto culposo, en su cuenta de YouTube, como videoclips caseros, acompañados de trabajos de universidad en esa misma cuenta. Su voz es un engaño nervioso, de esas que parecen que no van a llegar a la nota pero cuando deben, te enchinan la piel, los ojos y los músculos de tus mejillas sonríen por instinto. Es un pop casual, de a una voz y una guitarra, con aires dulces y videos de experimento que siempre terminan con la timidez de un “ya, gracias”, junto a una risa de que: “acá está todo de mí”.

Carla, o ‘La Coral’. Foto: Adrián Gusqui.

Aunque no la conocemos exactamente por YouTube, sino por un concierto en lengua de señas que tuvo en julio. La cita es en el Café En-Señas, por la Av. Wilson y Av. 12 de octubre, en un rincón de calle quiteña.

La Coral cuenta que llegó a este concierto por un episodio de coincidencias. Lorenzo Once, banda guayaquileña y con quienes Carla colaboró, fue a probar este concepto del concierto en lengua de señas en la capital, un formato que lo conocemos de primera mano por Guardarraya y el intérprete Francisco Catagua, con quien hizo click y en un instante las señas, asuntos y proyectos fluyeron.

Carla, que reside en Quito, recuerda el instante en que todo pasó. Pero hace énfasis en la preparación. Cuenta que para que una canción se vuelva aplicable al lenguaje de señas debe pasar por un proceso de reestructuración, debido a que las reglas del idioma cambian totalmente. Sin embargo, ella resume todo en que: “la música es poesía, cuando la transforman en lengua de señas se convierte en danza”. Y es así, el día del concierto, Francisco, que además trabaja en el café, hace un dúo con los artistas y literalmente danza junto a quien canta. Mientras danza, sus manos generan el lenguaje de señas, para un público con capacidades auditivas especiales. La música es reinterpretada, mientras la artista canta, para transformarse en palabras. La imaginación vendrá después, como trabajo del público.

La Coral en concierto en lengua de señas junto a Francisco Catagua. Foto: Tomás Moncayo.

En esta danza La Coral cuenta que, aunque la gente no la ve por centrar su atención en Francisco, el intérprete, “el punto es que la música llegue a otras personas también”. Recuerda de a poco que todo lo vivido mientras canta es inexplicable, porque a pesar de que el público la soslaya, “la mirada de las personas es una ventana al alma”.

Luego, cuando acaba, la cantante, el público y los colados se juntan a las fotos, habiéndose conocido después de la interpretación.

Con el café a la mitad se permite liberar sueños, o más bien, unas metas. Aunque es un ente nuevo, sin los seguidores de una popstar ecuatoriana en Instagram, reconozco en su humildad creativa que al fin las copias no son las influencias y su estilo puede llegar algún día a ser secuestrada por Spotify, Soundcloud o un disco propio. Apuesta a que el objetivo está en incluir varios instrumentos según pase el tiempo, dejándonos algunas joyas en YouTube mientras se reinventa musicalmente, al puro estilo de manejarse con todos los sonidos e instrumentos, abandonando los nervios de un café en minutos de canciones que dicen: “ACÁ ESTOY”.

Si quieres conocer a una promesa, sigue acá a La Coral