Esta crónica es sobre el primer día del Funka Fest y es estrictamente personal, dirigida en su totalidad a la zona musical del festival.
Si un festival termina con lluvia, ya fue. No hay mucho que decir. Quiso estar hasta el clima.
El Funka Fest, realizado este fin de semana en Guayaquil, cumplió las expectativas y “decepciones” que esperábamos de este festival, que fue criticado desde el inicio por su line-up. Pero en cuentas generales, el Funka destapó más historias de Instagram que quejas.
Alcanzamos al primer día, o sea al día pepa. Sin desmerecer el segundo, que según lenguas de Instagram, estuvo potente. Sin embargo, nuestra presencia les reseñará los indicios del día que acudimos.

Para derramar una y otra vez (sangre): Fito Paéz y el escenario Claro Música; Para aprender (biberón): Les Petit Batards y la actitud del público en las bandas previas a Fito. Lo salvable (sudor): bandas debutantes que se vieron duchos en el escenario.
Sí, somos honestos. El festival se prendió cuando debía y cuando todos sabíamos: en el show de Fito. Que llegó con toda la banda, regalándonos un setlist perfecto, con hits y con pocas canciones de los nuevos álbumes. Fue como ver a un Fito del pasado, que estalló en “A lado del camino”, “11 y 6” y su fin -pedido por todo el festival- con “Y dale alegría a mi corazón”. Asistir a este mini-concierto fue como ir a las canciones más reproducidas de Fito en Spotify. No hubo vueltas, fue al grano y con la seguridad que sólo su música, ya hecha historia, puede entrarse en sus fans.
Su banda estuvo al mismo nivel que la banda brava de un querido por cualquiera: Alex Eugenio. Que a sorpresa de todos mezcló su lado acústico con la bomba eléctrica que ya le conocemos en Cometa Sucre y J. Calavera. Este fue el fin del aniversario de “Aurora”. Que fue interpretado junto a nuevas canciones en un show que no se centró exactamente en un espectáculo bolero wave de sus discos, sino en una personalización con quienes estaban ahí por él, esperando éxitos como “Corazón Abandonado” y el epílogo sad: “Compañera” al mismo tiempo que gozaron con las nuevas cartas de su menú musical.
Alex es como La Tri: no decepciona.

Infinito Zen: el hijo colado por las tías para que toquen. Nadie esperaba mucho de ellos por ser quienes abrieron el festival pero Boris es un performance andante. Recuerdo íntimo de un guitarrista que ve las cuerdas como si viese el cuerpo desnudo de su primer amor. Este hombre me recuerda a un carpintero sin madera pero que sigue clavando para que suene su trabajo. Los demás en la banda están muy conectados. Carlos es drama pero drama al cien, Manny ligereza, como si tu sobrino chistoso y carismático tocara en tu banda de colegio y Kevin es compromiso, cara sólida para mantener orden. Una banda que era un enigma pero que con este patadón ya puede aplicar a nuevos oídos. Sólo no deberían enfrascarse en huevadas experimentales. Dejen eso a sus lados solistas.
Sexores: necesitaban más tiempo y otro espacio en el line-up. No puedes darle un telón a una banda que marcha como gigante. Aunque claro, marcha fuera y acá pocos los conocen. Pero el poco público de una hora temprana por lo general olvida a esas bandas.
Boris Vian: lujo. Nunca lo he escuchado en un festival. Y ahora que lo hice no puedo decir mucho más que esto. Un honor escuchar las mismas piezas con la misma calidad de Spotify a un escenario abierto. ¿Que mas quieres Boris? Te hicieron para festivales. Y para hacer feats hasta con Juan Fernando Velasco. La música que hace le queda larga a todos. Y sus feats con Bardo José y Método MC fueron muy adecuados para prender su show, porque al mismo estilo, misma unión y un mismo resultado: show de lujo.

Les Petit Batards: Todos adoramos su segundo regreso y en la misma ciudad. Pero era un regreso, no una presentación de la nueva carrera de Daniel Sorzano. Todo bien con la música, algunos revivimos la época cuando sólo escuchábamos ‘Ficción’ o ‘Sol’, pero se prometen otras cosas al público, y cuando este recibe todo lo contrario, se duerme, y así pasó durante la mayoría del show de Les Petit. La gente también falló y horriblemente. En ‘Perros’ nadie saltó, NADIE. En ‘Señales’ el público estaba muerto. No hubo ningún pogo. NADA. Las canciones del nuevo proyecto de Daniel anularon el hype por reencontrarnos con los ‘pequeños bastardos’ y sólo nos dejaron como mensaje lo que se dijo en todo el show: que se viene un nuevo proyecto musical y con otro estilo. Con esto, a boca de urna, se siente que ya no habrá regresos.
Guanaco MC: este señor es un genio. Ni siquiera debería estar en festivales. Hay que darle un concierto a solas, en un estadio o darle el mando del Ministerio de Cultura. Tiene un show que respeta su música, evolución, público y letra. El que lo ha visto, sabe. Y si no, con esta pequeña descripción decimos todo. No más.

Ha$lo Pablito: Interludio inédito y Colombia como símbolo de atracción. El colombiano facturó un estilo inédito en el Funka. Para perderse por no saber cómo recibirlo. El público se dividió en dos, quienes guardaban puesto para Fito Paéz y quienes se convertían en gelatina sintiendo su trap. Muchas referencias de su país y muchas ambigüedades que se perdían en la ignorancia de los ecuatorianos, pero que al final siempre las explicaba. Fue su primer show fuera de Colombia, a pocas horas de haber tocado allá, que ni se notaba, porque la energía la externó en el micro y en la gente que fue a conocerlo. A CONOCERLO. Que ya es mucho para quienes esperaban a Fito y tenían trap.

Fito: sin palabras. Que bacán, hijueputa.
Lolabum: Pedro Bonfim es alguien que uno como fan no puede decir que sólo es un vocalista. Uno como fan tiene que definirlo como un personaje. En cuanto a música, su consolidación ha sido cosa de años, desde él solo hasta con todo Lolabúm. La banda dejó de sonar a marca de chicle o a ahijado de medio comunicación para sonar a banda internacional y contestatarios dentro del enemigo. Su show no fue un “hola, somos Lolabúm, nos vemos”. Lo que vimos fue una conversación con el público y pausas para cantar. Conversaciones que transmitían la queja del consumo de la heroína en Guayaquil, los organizadores de los festivales y a quienes pagamos en realidad la entrada, los gobiernos de paso y las marchas a favor del matrimonio igualitario. Lo que mucho creíamos en ese entonces del show como un chiste y hasta gozábamos por la puesta en escena de Pedro como un bigotón (León o Jaime), para quien hablaba con nosotros “no era un chiste”. La cosa iba en serio. Al fin una banda de “INDIE” se tomaba la historia cruda de la sociedad ecuatoriana para no hablar huevadas o ganarse por las emociones y declararse enemiga de todo. En este show aprendimos que Lolabúm ya viajó y aprendió.

Los Walters y Miami Horror sentenciaron este mainstage, concentrando un público considerable en el campo. La gente aprovechó su energía y a respeto del festival, abandonó el recinto cuando todo acabó. Ambas bandas extranjeras se sumían en un repertorio seductor, como fondo de un rave. Se sentía eso que vives cuando la euforia está más allá que ti, y aunque te duelan los pies por estar paradx todo el día, olvidas ciertas sensaciones y te acabas en el tumulto, sorprendiéndote con feats (como el de Miami Horror y Paola Navarrete), saludos en un español errático o finales que se cierran al puro estilo de duda si este día fue un sueño o porque no sientes la lluvia, que hace dos horas cae y moja tu mochila.
Sientes cosas que las quejas olvidan y si viniste antes, pides que haya otro Funka, porque acá te olvidas que ayer hubo clases o vienes de lejos. Estás cuidado en este espacio, sintiendo cringe por escuchar a unos chamos cantar ‘Motora’ o sintiendo amor por llevarte tu polaroid en la máquina de fotos de DePrati, o ver esa ganga de dos Budweiser a cinco dólares. Y verte, al fin, en una desesperación por los cigarros, que vas a la entrada y las señoras indígenas se ríen en los barrotes porque atienden a ebrios, gastando cincuenta centavos en un chupete, o dándole un billete de $20 creyendo que es de $1.
Sientes la lluvia, la compañía y hasta te olvidas de que había un festival. Que a mera hora de la euforia, es el objetivo del evento. Que valgas huevo y digas en las próximas semanas: “que buena esa huevada del otro día”.