Él se cae y un desconocido, disfrazado de San Juditas Tadeo, lo levanta. No se conocen de nada, lo ha visto en una historia de Instagram y hace un rato en la fila de las bielas. No son amigos y apenas saben que el otro existe.
-Gracias- le responde, más sudado qué pollo de la Jota, con las palabras mojadas y las piernas temblando. Siguen saltando. No es un pogo, es un golpeteo interno, en el centro del público, que podría entenderse de dos formas: una técnica para colarse en primera fila o un desarme metafísico por el artista al que escucha en el concierto.
Así que, no sé si es un pogo o un baile suavecito que se inyectó de hormonas de chamos y humos de viejos amargados, que hoy, en el día del concierto, reconocen que los veinte ya se fueron hace 10 años.
No sé qué es. Los rockeros/metaleros/lml dicen que el pogo de los “indie concerts” son una mierda. Lo he leído y he escuchado. Ellos tienen su historia, su dolor y sus mosh. A los ojos del entendido intolerante, lo nuestro es un desorden sin motivos. Y a veces, eso parece. Pero no son una mierda.

Mierda es no saltar y quedarte con los brazos cruzados al fondo del público, asintiendo y diciéndole a tu pana (que también se une a tu performance de crítico): “que buen trip (pero nadie salta, estoy muy ahuevado, así que quédate conmigo a criticar)”.
Estar en un pogo “indie concert” es algo muy de hoy. Es el lugar exacto donde te encuentras y se unen todos esos contactos de Instagram que sigues, no te siguen o te bloquearon. Compartes espalda con tus ex vaciles, amigos de colegio y universidad, artistas y si tienes suerte, con el amor de tu vida, a quien en dos meses conoces y le dices: “¡yo estuve ahí! De ley nos empujamos”.
Eso pasa. Me ha pasado.
Estos pogos significan una desconexión virtual. Dónde nadie tiene 7.000 seguidores. Todos son la misma bola, y a veces, el mismo salto. Como una Ecovia muy millenial, muy generación Z.
Las indicaciones de un pogo “indie concert” es que aquí todos comparten. Ya sea la linterna del celular o la pipa. Si alguien se cae, paran el salto y lo levantan. Se para y vuelven al salto. No al manoseo sin permiso. Si quieres perrear, hazlo. Abrazar al desconocido es un asunto común. Conversar con quien quiere ir a adelante y decirle: “te vas a hacer verga”, también. Es común y hasta humano. Hay advertencias, pero no amenazas. Recuerda que es un concierto, no una sala de “el desorden justifica mis porquerías”.

Después de pogos (sean o no como su técnica lo reza) en festivales, conciertos y conciertitos, he concluido que este instante es el único en el show en que el público siente a su totalidad. No hace historias de Instagram, empuja al novio o novia y se permite sudar hasta que parezca chuchaqui.
Se pogea con Da Pawn y hasta con Pánico. Con Sal y Mileto o Mamá Vudú. Hasta con André Farra o Nockah. Con Neoma y Tonicamo. El hecho no está en pogear o recrear un pogo, porque admitámoslo, lo único que hacemos es golpearnos involuntariamente, aprendiendo todavía cómo expresarnos. El objetivo está en irse descubriendo, equivocándose y saliendo de las historias de Instagram, los posteos y las menciones.
Los pogos se aprenden cayéndose.